Los límites de la supervivencia humana al frío: ¿hasta dónde podemos llegar?

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Los cuerpos humanos son máquinas finamente sintonizadas que funcionan mejor dentro de un rango de temperatura estrecho. Pero, ¿qué sucede cuando ese equilibrio se rompe por el frío extremo? Sorprendentemente, el cuerpo humano puede soportar temperaturas mucho más bajas de lo que muchos creen. Este artículo explora los sorprendentes casos de hipotermia accidental e inducida médicamente, revelando cuán cerca de la muerte clínica pueden llegar las personas y aun así recuperarse.

La respuesta del cuerpo al frío

Los seres humanos mantienen una temperatura corporal central de alrededor de 98,6 °F (37 °C). Cuando se expone al frío, el cuerpo inicia mecanismos de supervivencia: los vasos sanguíneos se contraen para conservar el calor, los escalofríos generan calor y la piel de gallina intenta atrapar aire para aislarse. Sin embargo, cuando estas defensas fallan, se produce la hipotermia : una peligrosa caída por debajo de los 95°F (35°C).

La hipotermia leve (89,6 a 95 °F) provoca confusión, hambre y piel pálida. La hipotermia moderada (por debajo de 89,6 °F) induce letargo, respiración lenta y un fenómeno perturbador llamado desnudarse paradójico, en el que las personas se quitan la ropa a pesar de las temperaturas bajo cero. La hipotermia grave (por debajo de 82,4 °F) desactiva funciones vitales, lo que reduce la frecuencia cardíaca y la presión arterial hasta casi detenerla.

La increíble supervivencia de Anna Bågenholm

A pesar de estos efectos mortales, algunos casos desafían las expectativas. En 1999, la radióloga sueca Anna Bågenholm sobrevivió después de caer en hielo y permanecer sumergida en agua helada durante más de 90 minutos. Su temperatura corporal se desplomó a 56,7°F (13,7°C), la temperatura de supervivencia más baja registrada para un adulto fuera de la intervención médica.

Los rescatistas la encontraron clínicamente muerta, pero la RCP y un sistema de circulación extracorpórea la revivieron. Aunque sufrió daños en los órganos y problemas nerviosos, se recuperó por completo y regresó al trabajo y a hacer caminatas en unos meses. Este caso ilustra cómo el frío extremo puede, paradójicamente, ganar tiempo: ralentizar las demandas metabólicas y al mismo tiempo preservar la función cerebral.

La improbable recuperación de un niño pequeño

En 2014, un niño polaco llamado Adam soportó condiciones aún más frías. Encontrado inconsciente después de horas expuesto a un clima de -7°C (19,4°F), su temperatura corporal bajó a 11,8°C (53,2°F). Al igual que Bågenholm, Adam fue reanimado mediante ventilación mecánica y se recuperó por completo después de dos meses en el hospital.

Estos casos sugieren que las temperaturas ultrabajas, aunque peligrosas, también pueden reducir las necesidades de oxígeno y nutrientes del cerebro, retardando la muerte celular. Bågenholm se benefició de una bolsa de aire debajo del hielo, que le proporcionaba una cantidad mínima de oxígeno mientras su cuerpo se enfriaba.

Hipotermia inducida: una herramienta médica

La comunidad médica reconoce desde hace mucho tiempo los efectos protectores de las bajas temperaturas corporales. Los cirujanos utilizan hipotermia inducida para ralentizar el metabolismo durante procedimientos complejos como la cirugía a corazón abierto, dándoles más tiempo para operar. La temperatura más baja registrada para sobrevivir bajo hipotermia inducida con función cerebral intacta es de 39,6°F (4°C), documentada en un caso de 1961.

Sin embargo, la medicina moderna es cautelosa. Si bien el enfriamiento puede proteger los órganos, también aumenta los riesgos de infección, coágulos sanguíneos e insuficiencia renal. La reducción de la temperatura corporal ahora se gestiona de forma más conservadora.

El resultado final

Si bien la supervivencia a temperaturas extremadamente bajas es rara, casos como el de Bågenholm y Adam demuestran la notable resiliencia del cuerpo humano. La temperatura de supervivencia más baja documentada de manera confiable sigue siendo 53,2°F (caso de Adam), aunque la hipotermia inducida ha llevado ese límite a 39,6°F en entornos controlados. Para la mayoría de las personas, evitar el frío extremo sigue siendo la mejor estrategia para sobrevivir.